(Ángela Galdón con Palmeral, el día de la inauguración. Foto de Fernando Mateo) |
INTELECTUALISMO PALMERIANO
Por ÁNGELA GALDÓN
Queridos lectores.
Hablar de Ramón Palmeral y de su arte
innato y polifacético, para mí, además de ser un honor es una tarea fácil.
Si por el contrario, lo que se me pide, es que hable de su INTELECTUALISMO, se me hace difícil la tarea, ya que ni soy una persona intelectual, ni estoy capacitada para hacerlo como Crítica de Arte.
Si por el contrario, lo que se me pide, es que hable de su INTELECTUALISMO, se me hace difícil la tarea, ya que ni soy una persona intelectual, ni estoy capacitada para hacerlo como Crítica de Arte.
Por lo tanto, voy a dejaros mi opinión,
tan sólo basándome en mi sentir poético y pictórico cuando observo su pintura,
que al fin y al cabo, es de lo que se trata cuando hablamos de lo que puede
transmitir lo que hay delante de nuestros ojos.
En ese mare magnum de imágenes y color,
se adivina una mente creadora e innovadora, que huye totalmente de la
vulgaridad, para irse por los caminos de la originalidad y el capricho del buen
colorista.
Su alma de poeta, es como el rayo que no cesa, cuando coge los pinceles y acaricia sus lienzos. Para Palmeral, no hay medida cromática, ni ajustadas veladuras. Él plasma sus ideas oníricas y su soñar despierto, en cada trazo, en cada objeto o personaje que inmortaliza y en el conjunto de ese aborigen pictórico, logra una obra atractiva y que no deja a nadie indiferente.
Sus pimientos y tomates, ya forman parte intrínseca de sus obras y quedarán, en la posteridad como obras “Palmerianas”, para que cada espectador, cocine a su gusto con ellos, sus pistos y asados poéticos, que van más allá de lo que pueden representar en sí mismos como plasmaba Dalí sus relojes y elefantes de patas inmensamente largas y delgadas.
Eso debe ser el arte vanguardista. Un compendio de imaginación y atractivo para que cada uno, interprete la obra que ve por sí mismo y entre en ese juego mágico de la plástica y el color.
Su alma de poeta, es como el rayo que no cesa, cuando coge los pinceles y acaricia sus lienzos. Para Palmeral, no hay medida cromática, ni ajustadas veladuras. Él plasma sus ideas oníricas y su soñar despierto, en cada trazo, en cada objeto o personaje que inmortaliza y en el conjunto de ese aborigen pictórico, logra una obra atractiva y que no deja a nadie indiferente.
Sus pimientos y tomates, ya forman parte intrínseca de sus obras y quedarán, en la posteridad como obras “Palmerianas”, para que cada espectador, cocine a su gusto con ellos, sus pistos y asados poéticos, que van más allá de lo que pueden representar en sí mismos como plasmaba Dalí sus relojes y elefantes de patas inmensamente largas y delgadas.
Eso debe ser el arte vanguardista. Un compendio de imaginación y atractivo para que cada uno, interprete la obra que ve por sí mismo y entre en ese juego mágico de la plástica y el color.
Y por aquello que ya conocemos todos, de
que lo bueno si es breve, es dos veces bueno. He dejado otras florituras para
colegas más eruditos que yo, en este menester de las técnicas academicistas.
Gracias a Palmeral, por dejarnos su arte
como testigo de vida.
Ángela Galdón Griñán. 6/09/1015. Alicante.