De Ramón Fernández Palmeral
Leer artículo en Mundiario, 14 de octubre 2018
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La fábula es una composición literaria narrativa en prosa o
versos, cuyos personajes principales son animales, cuyo mensaje es presentar
hacer una crítica de la condición humana. Frico es un perro lobo, que fue perro
detector de drogas y ahora está jubilado y nos cuenta sus andanzas.
Texto:
1.-YO, FRICO
Soy un perro lobo de unos quince años según la nomenclatura
humana, pero de unos setenta años para los caninos. Estoy más allá que pa cá.
Obedezco al sonoro nombre de Frico, que he de confesar
que no sé lo que significa. Me conviene ser un perro obediente y no llevar la
contraria a mi amo, pero no del todo sumiso, pues de lo contrario me
convertiría en una gallina. Lo entiendo todo y sé leer desde cachorro, cuando
el señorito Emilio empezó a leer e ir a la escuela, porque somos de la misma
quinta. Lo que sucede es que él tiene quince años y yo estoy en la vejez canina.
Los perros lobos somos, físicamente los más parecidos
a los lobos salvajes, mis lejanos ascendientes, que siguen buscando comida en
manada como en los tiempos antiguos. Pero a mí me dan de comer por mis
servicios de compañía; es decir, que trabajo por la comida y por un techo, decentemente,
sin matar a nadie.
A mi primos los lobos, lo que les incomoda son las
cadenas al cuello, y del bozal ya no hablemos, porque es como ponerse guantes en la boca. Pero como
nunca jamás he mordido a un humano, y todos me conocen en mi pueblo de Frigiliana,
a mí nunca me pusieron bozal.
Mis ojos no son muy grandes, de color cáscara de
almendras dulces, flotan a ambos lados de mi cráneo alargado y peludo como dos
huevos negros cuales gallinas negras de Ayan Cemani. Mi hocico es largo y acaba
en una fresa de carne color ámbar oscuro. Mi olfato son mis ojos, de joven los
tenía comparables al de los jabatos salvajes. Aunque mi oído agudo es como el
de un lobo salvaje o un lince ibérico.
Rondaré los treinta kilos de peso, según mis cálculos,
no como mucho, en la edad el cuarto cuadrante se come menos. Me dan patas
cocidas de pollos y pescuezos, yo, a mi bol de comida le añado flores
silvestres del jardín, que me gustan mucho como los grandes gurmés las estrellas Michelín. Y luego me hecho una
siestecita porque como dice el refrán: «El perro que duerme no lo despiertes».
Yo, si me encuentro a un gato no le hago ni caso, para
qué, si no se comen y además tendría que correr como un galgo para alcanzarlo.
La gata de la vecina es una torpe siamesa, con la que ni fu ni fa. Ella a su
rollo y yo al mío, a vivir la vía que son cuatro días. Nuestro gato del cortijo
es amigo mío.
En mi juventud fui un perro policía, un cachorro adiestrado
en la Escuela de Adiestramiento de Perros de
la Guardia Civil, situado en la carretera de Colmenar en el Pardo, en Madrid. Mi
adiestrador fue Palmeral cuando era
un guardia civil guía destinaron al aeropuerto de Málaga, allí hicimos muy
importantes servicios, a mí me dieron varias medallas por descubrir más de 200 alijos de drogas en
maletas.
Pasaron los cuadrantes de los años, me
fui haciendo viejo, y empecé a perder facultades olfativas y, sobre todo, vista,
más una enfermedad canina de la que no recuerdo su nombre, y por eso me
jubilaron y me adjudicaron, o mejor dicho me entregaron a mi adiestrador, que
por cierto también se jubiló a los 58 años, por edad. Yo era un funcionario
propiedad del Estado, ahora solo soy un perro civil, más que responde al nombre
de Frico.
Y como mis amos heredaron una casa,
preciosa, con balcones que miran a los atardeceres, y algunas tierras, nos
vivimos a vivir a Frigiliana, y aquí estamos, sin perder yo mis facultades olfativas
policiales.
–Azú que peaso perro, este tonto del Frico.
Así pasan mis jubilares días, entre
ofensas continuadas, sin poder morder a algunos de los que me increpan, porque
como he dicho, la vida en sociedad consiste en respeto mutuo, incluso con la
naturaleza porque también tiene su vida autónoma y cíclica
Incluso cuando la sombra de un pino se
levanta y se pone de pie, partiendo del suelo fértil, como un fantasma, es
porque el pino quiere decirnos algo. Los pinos son seres vivos con sombras
animadas a las que le late su corazón de paisajes. Así es la vida en estos
parajes al sur de Andalucía, con embelesado en el azul. Me echo a dormir
vigilante, por si algún animal del corral necesita para algo.
La noche se convierte en un pozo de
luna en el que el agua es cielo y los cubos planetas, así de onírico es mi
mundo. Los sueños caninos son complejos, porque nuestra mente está diseña hacia
el mundo desconocido de los olfatos y las orquestas de los olores. Huele a
resina de pinos que vuela entre ramas de huesos o cuernos de cabras monteses o
ciervos coronados. Todas las ocasiones son miméticas como lo pueden ser los
rezos del viento en lo hondo del barranco de El Acebuchal, entre chopos y
adelfos olorosos. Las hojas amarillas vuelan como mariposas a las que les
hubieran puesto un motor de ciclones llevados por una corriente de pasos
frustrados.
Por las mañanas me acerco al corral y
veo cómo por un ventanuco entra el sol bendiciendo con sus rayos las plumas de
oro de mi gallinas, las lanas de lirios de los borregos y el sedoso pelo de la
crin del burro y los velludos lomos de las cabras. Una paloma zurita que estaba
agachad sobre un carrizo de caña salió volando por el ventanuco con su
crujiente aleteo de aguilucho nuevo,
precipitado.
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Enlaces
Me encante el estilo exhuberante y caribeño del pintor cubano René Portocarrero; pero yo dibujo animales.
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