lunes, 15 de octubre de 2018

Ilustraciones de Palmeral, para el libro que estoy preparando. "Mi amo Palmeral y yo"

Frico en Frigiliana, en la sierra de Almijara.

El gato Misifü, maulla a la Luna
La Cabra Rodolfa
El Loro Locrecio
El Burro Rufino
Yo, el perro lobo Frico
El Gallo Kisto

 El Conejo Matinos






9.-Jilguero Guerrero

                                                                      La abeja Maya

El borrego Lanero

 El cerdo Capeto

                                                               El carnero de Felión

La gallina Filomena
El mochuelo y la mántis

Ilustraciones para un libro  infantil y juvenil, y para todos los públicos
"Mi amo Palmeral y yo"


A modo de entrada por el portillo
 En realidad yo no sé exactamente para quién va dirigida esta bitácora de pensamientos míos, si para niños, jóvenes o adultos, lo que sí sé es que una vez publicado me encanta leerme. Por otra parte pienso que puede ser complejo y hermético entrar en la mente canina de un perro lobo como yo,  pero en la dificultad reside la recompensa.
 La bitácora Mi amo Palmeral y yo, no se escribió, sino que se pensó, es una reflexión de mi conciencia en un aspecto lírico de la vida, de las emociones, y de las cosas sencillas del mundo, Porque como escribiera mi admirado Gabriel Miró: «No hay más que un heroísmo: ver el mundo según es y amarle».
 A pesar de que soy un perro lobo sé leer, aunque no puedo escribir, pero sí puedo pensar, oír, ver y observar lo que pasa a mi alrededor. De vez en cuando ladro, porque es mi forma de hablar, aunque algunos humanos no lo entiendan de este modo. Por eso algunos berzas, gritan ¡que se calle el perro! Los perros no ladramos, sino que hablamos labrando y cuando estamos tristes aullamos. Pero como dice el refrán: «Perro viejo no ladra en vano».

 En Frigiliana vivo junto a mi amo Palmeral, un sesentón, pienso y observa la sencilla vida del pueblo y de sus gentes. Vivimos en la plaza de la iglesia, en una casa antigua, que tiene cuadra, donde habitan animales de corral y un burro que ya trabaja poco desde que se enamoró de la cabra Rufina.
 Algunos días, cuanto el tiempo es de esos que amanecen rosa, coja la correa con la dentadura de afilados colmillos blancos con la carme de los chirimollos y se la pongo en la mano de mi amo para que me saque a dar una vuelta por el campo, pero en realidad quien saca a mi amo de la casa soy yo.
La buena vida en cara, las hay más baratas, pero no es vida. Yo tengo una vida gozosa es un pueblo privilegiado con unos amos que me respetan, nos respetamos y en eso consiste la convivencia: respeto mutuo.
Me entiendo mejor con los animales que con los humanos.
 Aquí aflora y flota la vida rural y apacible en un pueblo donde la mitad de sus habitantes son guiris, más los turistas que no llegan cada día en autobuses, no superamos los 3.00 habitantes.
Yo Frico
Frigiliana, 2015



1-      YO, FRICO

Soy un perro lobo de unos catorce años según la nomenclatura humana, pero de unos cincuenta años para los caninos. Estoy más allá que pa cá.
Obedezco al sonoro nombre de Frico, que no sé lo que significa. Me conviene ser un perro obediente y no llevar la contraria a mi amo, pero no del todo sumiso, pues de lo contrario me convertiría en una gallina. Lo entiendo todo y sé leer desde cachorro, cuando el señorito Emilio empezó a leer e ir a la escuela, porque somos de la misma quinta. Lo que sucede es que él tiene quince años y yo cincuenta años caninos.
Los perros lobos somos, físicamente lo más parecido a los lobos salvajes, mis lejanos ascendientes, que siguen buscando comida en manada como en los tiempos antiguos. Pero a mí me dan de comer por mis servicios de compañía; es decir, que trabajo por la comida y por un techo, pero de otro modo.
A mi primos los lobos, lo que les incomoda son las cadenas al cuello, y del bozal ya no hablemos, porque  es como ponerse guantes en la boca. Pero como nunca jamás he mordido a un humano, y todos me conocen en mi pueblo de Frigiliana, a mí nunca me pusieron bozal.
Mis ojos no son muy grandes, de color cáscara de almendras dulces, flotan a ambos lados de mi cráneo alargado y peludo como dos huevos negros cuales gallinas negra de Ayan Cemani. Mi hocico es largo y acaba en una fresa de carne color ámbar. Mi olfato son mis ojos, de joven los tenía comparables al de los jabatos salvajes. Aunque mi oído es como el de un lobo salvaje o un lince ibérico.
Rondaré los treinta kilos de peso, según mis cálculos, no como mucho, a la edad el cuarto cuadrante se come menos. Me dan patas cocidas de pollos y pescuezos, yo a mi bol de comida le pongo flores silvestres del jardín, me gustan mucho como los grandes gurmés. Y luego me hecho una siestecita porque como dice el refrán: «El perro que duerme no lo despiertes».
Yo, si me encuentro a gato no le hago ni caso, para qué, si no se comen y además tendría que correr como un galgo para alcanzarlo. La gata de la vecina es una torpe siamesa, con la que ni fu ni fa. Ella a su rollo y yo al mío, a vivir la vía  que son cuatro días.
En mi juventud fui un perro policía, un cachorro adiestrado en la Escuela de Adiestramiento de Perros de la Guardia Civil, situado en la carretera de Colmenar en el Pardo, en Madrid. Mi adiestrador fue Palmeral cuando era un cabo rojo, y nos destinaron al aeropuerto de Málaga, allí hicimos muy importante servicios, a mí me dieron varias medalla por  descubrir más de 200 alijos de drogas en maletas.
Pasaron los cuadrantes de los años, me fui haciendo viejo, y empecé a perder facultades olfativas y, sobre todo, vista, más una enfermedad canina del que no me acuerdo su nombre, y por eso me jubilaron y me adjudicaron, o mejor dicho me entregaron a mi adiestrador, que por cierto también se jubiló a los 58 años, por edad. Yo era un funcionario propiedad del Estado.
Y como mis amos heredaron una casa, preciosa, con balcones que miran a los atardeceres, y algunas tierras, nos vivimos a vivir a Frigiliana, y aquí estamos, sin perder yo mis facultades olfativas policiales.

–Azú que peaso perro, este tonto del Frico.

Así pasan mis jubilares días, entre ofensas continuadas, sin poder morder a algunos de los que me increpan, porque como he dicho, la vida en sociedad consiste en respeto mutuo, incluso con la naturaleza porque también tiene su vida autónoma.
Incluso cuando la sombra de un pino se levanta y se pone de pie, partiendo del suelo fértil, como un fantasma, es porque el pino quiere decirnos algo. Los pinos son seres vivos con sombras animadas a las que le late su corazón de paisajes. Así es la vida en estos parajes al sur, de los mares de zafiros y de verdes ensamblados con el azul. Me echo a dormir vigilante.  

Y la noche se convierte en un pozo de luna en el que el agua es cielo y los cubos planetas, así de onírico es mi mundo. Los sueños caninos son complejos, porque nuestra mente está diseña hacia el mundo desconocido de los olfatos y las orquestas de los olores. Huele a resina de pinos que vuelan entre ramas de huesos o cuernos de cabras monteses o ciervos coronados. Todas las ocasiones son miméticas como lo pueden ser los rezos del viento en lo hondo del barranco entre chopos y adelfos olorosos. Las hojas amarillas vuelan como mariposas a las que les hubieran puesto un motor de ciclones llevados por una corriente de pasos frustrados.