Fragmento de mi libro inédito "Buscando a Gabriel Miró en Años y leguas".
Cuando llegan
a la hacienda, Sigüenza que queja de las ventanas tabicada; pero la señora
Elisa, cansada del viaje, habla de todo menos de las ventanas o fenestras, error de Miró al escribir
fenestras cuando debe escribir finestras en
valenciano. Al quejarse nuevamente de las ventanas tabicada es cuando la señora
Elisa cuenta que, una cuadrilla de
ladrones secuestró a su padre, para pedir un rescate.
Joaquín Fuster, en su libro de Gabriel Miró en Polop, le dedica le
capitulo VII, a doña Elisa (paginas 99-102), donde escribe que la casa de
alquiler de Gabriel Miró se llamaba Teresa Gualde, la sobrina era doña Vicenta
Linares, la cual parecía más vieja que su tía, a pesar de que le llevaba veinte
años. Doña Teresa era hija de un
propietario «de casa y buen yantar. Casó con don Pedro Bardín Fuster, labrador
de hacienda anda y repleta». Este matrimonio
vivió en la calle Mayor nº 2, una casa grande de labradores acomodados. Sobre
la historia real del secuestro no cuenta Fuster:
«No fue el padre de doña Elisa –como afirma
en AÑOS Y LEGUAS–, a quienes raparon los bandoleros sino al propio don Pedro. A
finales del siglo pasado [XIX] encontrándose con unos amigos tomando el sol
–Don Pedro, un militar retirado llamado don Juan Sanchís, el señor Llinares y
don Domigno Mayor–, llegaron los roders [en
valenciano bandoleros nobles] y les
invitaron a seguirles. No hubo necesidad de relucir pistolas, ni de proferir
amenazas, ni malos tratos […] siempre que cumplieran las familias con las
pretensiones de los secuestradores. Dejaron en libertad a don Dionisio Mayor–
para que avisara a los familiares […] El más viejo y el más delicado de los secuestrado
era don Juan Sanchis. Enfermo, no tenia dientes y pedía que le trajeran pan
blandito porque de los contrario no podía comer [un poco de leyenda,
porque pan se lo podía haber mojado con
agua o vino en una especie de migas].
El final de la historia del secuestro real
es muy flojita y muy romántica, escribe Fuster que la causa de su
descubrimiento fue que cuando los roders
fueron a buscar pan tierno a uno de los pueblo de la montaña, fueron objeto de
sospecha por parte de la Guardia Civil, los persiguieron y acabaron encontrando
a los secuestrados, y fueron liberados sin resistencia por los roders, no hubo ni siquiera detenciones
porque se dieron a la fuga, luego «se rumoraba que como el jefe de la banda
tenía buenas relaciones políticas con algunos de aquellos señores secuestrados,
todo terminó feliz. No hubo motivos de matar a nadie». Todo felices y comieron
perdices.
Como la historia del secuestro era muy lasa
en exceso, Miró, que adoraba los cementerios, libera en veinticuatro horas al
padre de Elisa sin pagar restcate y decidió hacer justicia literaria por su
cuente. La escena de un jornalero que ve a la cuadrilla de ladrones descolgarse
de un refugio, y sin más éste montó en un mulo que le derribó –un mulo que
parece ser, era de los de la cuadrilla–, y luego, «se lo agarró por la crin y
lo aguijaba rajándole el lomo con la punta de su navaja; el macho [los mulos
son híbridos] pateaba rajándole y relinchaba de dolor […] y así corrió para dar
aviso». La escena tiene crueldad pero no
tiene verosimilitud.
Además
no sabemos quién ejecutó a la cuadrilla de bandoleros, ni cuantos eran, escribe
Miró que era una cuadrilla, que pueden ser cuatro. «Y, a la otra tarde, vino
libre el señor. Tres mozos traían atravesados en sus mulas a los ladrones
muertos [una cuadrilla]; las ancas de las bestias llegaron rojas de sangre […] Y ellas y dos rapazuelas se escaparon al
cementerio donde estaba los ladrones tendidos en la hierba mojada con los ojos
abiertos a la luna…».