(Fernando Ortisso, autor de este artículo crítico) |
(Palmeral y Fernando Ortisso) |
Estaba ansioso. Me había enterado de su
exposición en la Triple A [Asociación de Artistas Alicantinos], casi por azar, por
radio Macuto. Él, bajo actitudes y comportamientos sociales algo excéntricos, poco
convencionales; aparentemente, a veces distantes, a veces displicentes, a
veces soberbios-¡Pobre del artista que
no se crea vástago del “ombligo de Leonardo” (¡Y, aun así…!)-, esconde una
personalidad, que percibo o intuyo, más bien tímida, sencilla, misantrópica… incluso
humilde… inmeritoria. Y él, que tampoco es proclive ni pretende protagonizar, distinguirse,
no circulariza, no convoca, no personaliza… no invita. Entonces, te tienes que
enterar: “¡Quien tenga oídos… -orejas, diría yo - que oiga….!”, nos conminaba
San Pablo. Últimamente asisto a muy contadas exposiciones. Al cabo de los años,
deambulando por esas Salas de Dios, de Herodes a Pilatos, tratando de
“interpretar” cientos de ellas; la pintura, como el alcohol al hígado, ha
acabado por narcotizarme; me ha
producido una suerte de “cirrosis retiniana”, de la que me encuentro en plena
terapia. Pero hoy, “necesitaba ver” lo
último de Ramòn. En realidad, le conozco poco, salvo la constatación de que es
uno de los últimos “humanistas”, especie rara, en peligro de extinción. Y, de
uno de sus ejemplares más comprometidos, ejerciente, militante de la cultura
multidisciplinar, puedes esperar cualquier cos, buena. Por esa intuición,
quería ver. ¡Quién tenga ojos que “vea” -proclamo yo -¡ Pero que sepa ver “más allá”.
Porque casi todos los humanos, poseemos la capacidad perceptiva de ver, algunos
menos, la aptitud paciente de observar; muy pocos, la facultad de interpretar
bien lo que “ven”; y, sólo unos privilegiados, la virtud de descubrir “la verdad oculta de lo que ven…
Llego
con retraso a la Sala Centro de Arte de la Asociación de Artistas Alicantinos. Las
siete de la tarde del 1 de septiembre, en verano, en Alicante, es una hora
todavía intempestiva. Casi aún, la hora de los toros, del sol y moscas. Entro
en la Sala, horneada de grados centígrados y de personas, escuchando los
aplausos al último discurso, a la última presentación. Me los he perdido. Y, en
el fondo, me alegro. Me siento “virgen”, libre de las inevitables influencias
críticas de los precedentes y seguramente preclaros comentaristas. Porque, como
nos alertaba D. Antonio Manuel Campoy,
en el Prólogo de su memorable Diccionario
Crítico del Arte Español Contemporáneo, reproduciendo un pensamiento del
poeta Rilke,” no hay peor manera de
acercarse a una obra de arte, que la de apuntar con el ojo del crítico….”. Sí;
creo que los críticos, viven… vivimos de prestado, de lo que nos dejan y crean
los demás, los artistas; de despojos, con los que construimos, construyen un
“argot”, una jerga culterana de términos “especializados, convencionales y
corporativizados,” que, temerariamente
nos atrevemos, se atreven, a proyectar, como arma arrojadiza sobre los
inocentes autores y sus obras. Un mordaz ingenio, una maquinación de asedio y
tortura que, irresponsables, inmisericordes, aplicamos, aplican, a los
artistas; frecuentemente para certificar sus autopsias o sus defunciones
plásticas. O para, en el mejor de los
casos, tallarles y encasillar su estilo, a toda costa, en uno de los
movimientos pictóricos que en el mundo han sido. Colgarles a la postre una
etiqueta con su “ismo” más pertinente.
Se cuenta que en una modélica muestra
individual de Frank Stella, en la
Galeria Leo Castelli, buque insignia
que fue durante décadas del arte de vanguardia en Nueva York, dos críticos discutían en alta, antagónica y acalorada
voz, acerca de la adscripción estilística colgada en las paredes: si
abstracción geométrica, si cinetismo geométrico, si geometrismo conceptual. Vamos,
como tratar de definir “el sexo de los
ángeles”. El artista no pudo por menos que intervenir : “Señores, no se cansen:
mi pintura…es sólo pintura….Y lo que se ven, es lo que hay, lo que es “.
Hago
estas reflexiones previas, mientras he barrido de un golpe, con avidez, con
fruición, las paredes “iluminadas” por Ramón Palmeral, como me había propuesto,
con ojos inocentes, con los de la curiosidad del infante, con la ductilidad del
catecúmen, con la subordinación del discípulo e incluso con la humildad del
lego. Sí, hoy, esta tarde, no quería “saber” de pintura….no quería “hablar” de
pintura. Sólo disfrutarla, consumirla, como a un manjar perecedero. Y, al salir
de casa, me he dejado, de propósitos, ”encima del piano”, para evitar
tentaciones, todas mis habituales muletillas, todos los sofismas ,toda la artillería,
toda la hermeneútica, todos los arquetipos, prejuicios, baremos y criterios del
y para el arte. Y me ha resultado más
fácil llegar así, ligero de equipaje, desprovisto de armadura y coraza, para
dejarme sorprender, herir, por la sensibilidad creativa de Ramón. Porque, en
realidad, yo apenas conocía su obra: algún cuadro suelto en alguna colectiva, alguna
reproducción de folleto, alguna foto en las redes, y poco más. Bueno sí, algo más:
las obras realizadas con ocasión del efímero grupo VANGUARDIA 5, cuyo destino yo presagié. Y así se lo escribí en un artículo, donde les
alertaba de que “eso de autotitularse vanguardia,
en arte, obligaba a mucho…”.Y de que, aunque toda obra nueva ya comporta un
componente de originalidad, de innovación, o sea de vanguardia -las
primeras ya fueron las de Altamira-, para
mí, el único “vanguardista”de los
cinco era Palmeral: me cautivaron unas cuantas piezas conceptuales a base
de “montajes y conexiones eléctricas” a lo Duchamps….
Ahora
me esperaba, hoy, de Ramón, aquello en progreso; un salto, una propuesta
individual, nueva, una investigación, una sorpresa bajo el llamativo título de
“Intelectualismo”; en suma, un golpe encima de la mesa. Aunque, viendo lo que
veo, pronto se me disipan esas elucubraciones, porque acabo de recibir un
“fogonazo”, ”una explosión”, una potente salva de destellos, de formas, de
imágenes repletas de color, luz y sonido que me dejan perplejo, cegado y algo aturdido.
Aquí, ha estallado algo, un volcán, el volcán pictórico de Palmeral, el que
permanecía dormido, aletargado, tal vez encorsetado por las autoexigencias de quien es genética y
multidisciplinarmente creativo. Pero aquí, se ha liberado de cadenas y corsé, ha
perdido el miedo a mostrase y mostrar,
como Stella, “lo que es”…y un
caudal de sensuales imágenes, en promiscuo y atropellado desfile, fluye a
raudales, sin freno, sin límites, en dosis que noquean los sentidos.
Me repongo. Pasan un cocktail, que declino
probar. No como, ni bebo. No quiero distraer mi inmediato y segundo recorrido, de
cerca, del “cuadro a cuadro”, en detalle, como seguramente lo hizo Musorgsky en aquélla anónima exposición que inspiró su
célebre sinfonía…Las dataciones de las doce piezas son de entre 2006 y 2009. Ahora
lo entiendo mejor a Palmeral, se ha rebelado contra los atavismos, las
presiones externas, contra sus propias ligaduras y ha “regresado” a un espacio
para y donde reencontrase a sí mismo, a su suerte natural, a un estadio
precedente, genuinamente “suyo”, donde se siente liberado, cómodo, distendido, donde
disfruta con su pintura. Y se nota. En cada cuadro. Se recrea, se gusta, se
derrama y aplica su “intelectualismo” en estado puro y original. Y “cree” en lo
que hace porque” cree” que hace, que dibuja- y por cierto, mucho-, que pinta…, por
fin, lo que quiere pintar. Pero he dicho “cree”, para denunciar la recurrente
paradoja filosófica latente en toda acción humana, si cabe más evidente en el
proceloso terreno de la creación artística, siempre prisionera y tributaria de
una irresoluta disyunción binomial. Que presenta diversas formulaciones: razón
versus corazón; voluntarismo versus determinismo; libertad versus fatalismo; Eros versus Tanathos; causalidad versus casualidad; racionalismo versus
sentimentalismo; …o ya en términos más recientes, de Jacques Monod: “Azar versus Necesidad”… o de Daniel Goleman” Inteligencia
racional versus Inteligencia
emocional”. Pero éste, el del ficticio “libre albedrío” o el de la teórica
“libertad del intelectual”, sería otro discurso, cuyo abordaje aquí es
impertinente e intruso. Sí, es cierto, todo acto volitivo, en cuanto procede de
un propósito humano preestablecido, desencadena un proceso y una actividad, eminentemente
“intelectuales”, pero sólo en tanto se gestan en nuestro cerebro, merced a un
complicado y todavía mal conocido funcionamiento del incontrolable “laboratorio sináptico” encefálico.
A partir de ahí, lo que “ocurre” allí
dentro, sólo Dios lo sabe. Nosotros sólo cocemos sus efectos, sus
resultados, generalmente sorprendentes, inesperados, furtivos, y
frecuentemente alejados o muy diferentes
a los de nuestras expectativas iniciales. Blas Pascal nos sentenciaba: “El corazón tiene “sus razones”, que la Razón
no comprende”. Nuestro cerebro “propone” con la razón, pero luego” dispone”
con el corazón. Palmeral no podía ser la excepción a estas servidumbres, a
estas premisas, empíricamente probadas, inapelables,
contundentes, científicas. Y, Palmeral, como no podía ser tampoco de otra
manera, no” pinta lo que quiere”…sino que “quiere”, -ama-… “lo que pinta”. Y
esta docena de cuadros así nos lo revela al sumergirnos en un torbellino de figuras, de miradas
enigmáticas, de signos arcánicos, de composiciones turbulentas, de entornos
esotéricos, que incardinan, en
congruente promiscuidad, espacios mitológicos, puramente soñados…. un festival,
un festín, una orgia sensorial para la percepción, que no desciende en ningún
momento su nivel de paroxismo. Y este paradigma emocional, jalonado de
sentimientos, que no es otra cosa que la consistencia, el “leit-motiv” de esta
colección de Palmeral, no puede emanar de la racionalidad, sino que nace
directamente de las fuentes primigenias de su subconsciente…,habitan en el
inconsciente. Su pintura, su arte, no están construidos ni condicionados a
premisas “lógicas”, sino directa y sensiblemente inspirados por Musas poéticas…
Unamuno, maestro de la concisión y de la
certeza epistemológica, despachaba este enrevesado discurso mío en dos líneas -¡qué
envidia!-cuando definió: “Ser artista es
hacer y pensar….lo que hacemos y pensamos…cuando no somos artistas”. Es
decir, entiendo y comparto yo-porque el adusto de D. Miguel nunca lo explicó -que el artista lo “es”, cuando no “va de artista”, cuando no se
“cree” que es .Cuando se recluye y se reencuentra consigo mismo, entonces crea
èl, no “el artista”, y la obra es “autèntica”, matricialmente “suya”. Pintas
“tú”, no “el otro, el artista”. Si tu obsesión es “ser artista”…éste terminará
por desplazarte, pensará él, pintará él, no tú. Si quieres ser “artista”, puede
que seas “el otro”, ”el artista”, pero ya no puedes “ser tú mismo”.
Y aquí, Palmeral, sí lo es…porque pinta
Ramón.
Sólo así
le ha sido posible hibridar, en escandaloso pero coexistente mestizaje, lo
mismo una “bellea” a lo Gastón, que unos
desnudos o unos interiores a lo Maisse; el patetismo expresivo de Rouault con los severos modelos de Max
Beckman; los escorzos imposibles de
Fernand Leger, con la cubista serenidad de Juan Gris….Pero su rica
narrativa, su insondable simbología me llevan más lejos, y veo connotaciones
lejanas dadaístas y futuristas y, más cercanamente me sugieren aleaciones entre
la misteriosa ensoñación de Chagall, con
el “mundo imposible” de Kandinsky; con los “equilibrios inestables” de Calder; con el sortilegio
geométrico-emblemático de Paul Klee. Amalgamado
quizás en aquel matraz onírico-romántico de Giorgio
de Chirico y especiado con unos toques cáusticos del “pop británico” de Hockney. Pero ved, ved más: la
insuflación mironiana, el excéntrico surrealismo daliniano, la distorsión
retratista de F.Bacon…y por qué no, los
espacios lacerantes de Delvaux o de René
Magritte….o de Hopper. Ved. No os canséis de ver. ”Bienaventurados los que saben ver, porque de ellos es el
reino de la Belleza”. Si sois capaces de
“ver” todo esto estáis viendo la “síntesis” del arte, estáis viajando en el
tiempo, para recuperar su exégesis, desde su “big-bang”. Porque el arte, como
bien de naturaleza “cultural”, es un modelo estético basado en la
experimentación, en el aprendizaje, en la trasmisión parental y generacional.
Cuya dinámica de progreso la rige un
proceso acumulativo, sedimentario, estratigráfico,
antitético, hegeliano, que en palabras de Corredor
Matheos,”sólo lo impulsa el ingenio de la replicación”. Y el artista, quiera
o no, consciente o inconscientemente, incorpora necesariamente en sus obras, de
alguna manera a veces evidente; otras soterrada, elementos del baluarte de ese
pasado, “el peso de la historia”. Y parte y deja la impronta de su aportación,
desde y sobre el estrato anterior. Esta “herencia”, procedente de un “cen” cultural, que todos portamos es
también egoísta, como el gen de Dawkings,y
por tanto, genéticamente irrenunciable. Así, se me hace difícil asumir el concepto de la
“originalidad” absoluta en el arte. Es
imposible que exista. Por cierto que, este parámetro, junto a los de la
“coherencia” y la “clasificación”, constituyen,
el trinomio básico de valoración con que
pericia el crítico. Acerca del segundo
baremo, por todo comentario, si me permiten, me emitiré a contar algo: Un día, hace
unos años, estando en Madrid, cerca del Reina
Sofía, no pude resistirme a visitar la Antológica
de uno de nuestros “popes” del arte español contemporáneo, ya de rancio reconocimiento internacional, vasco
por toda referencia. El Museo la había dedicado el espacio de los dos pisos
para las Exposiciones Temporales, más alguna otra Sala complementaria y todo el
de los jardines exteriores, donde se emplazaban sus esculturas urbanas. Estimo
que entre grabados, obra gráfica, de soporte superficie, monotipos y
fundiciones, se exhibían no menos de quinientas obras. Por fortuna, todavía
desconozco lo que pueda ser “un dolor de cabeza”; pero, al cabo de una hora, procesando
cada pieza, una idéntica a la otra… y a
la siguiente, si acaso con ligerísimas variantes; es decir, un exceso
repetitivo, casi clonado de “más de lo
mismo”. Terminó por instalarme un sospechoso, pertinaz, molesto y monótono
carcán. Y, claro, mi cerebro me envió el primer aviso de cefalea, ante cuyo
riesgo, abandoné precipitadamente el
vetusto edificio. ¡Qué de creativos conozco que han sacrificado y cercenado
brillantísimas trayectorias en aras de una pretendida “coherencia”!.
La
tercera, o quizá primera, preocupación del crítico a que me refería, es sin
duda la de “clasificar” al artista y a su obras. Fijar su “catalogación”. Porque,
apropiándose torticeramente de la diatriba de Schopenhauer, parecen espetarnos
constantemente que “…en arte, todo aquello
que no pueda clasificarse, que no pueda catalogarse…, sencillamente, no
existe”. Con suerte, si los artistas van “en,” o forman grupo, equipo, o
“publican” un Manifiesto de Intenciones
al uso, suscrito a modo de “recogida de firmas”, les aplicarán, como ya señalé
antes un “ismo” apropiado, que aunque no tenga garantía alguna de prosperar,
les “salva” del problema. De lo
contrario, quedaran a la deriva, como francotiradores o mercenarios del arte, como
incomprendidos, como sediciosos, y, al fin y al cabo, como excluidos, al menos
en vida.
Y esto, no hace falta
habérselo podido preguntar a unos tales” rebeldes “como: Van Gogh, Toulousse-
Lautrec, Gaugin, Utrillo, Pissarro, Sisley, Vlanmick, J.Rousseau, Duchamps, G.Klimt,
E.Münch, Dubouffet,Rothko, A.Gorky, M.Tobey,Rauschemberg,
Motherwell,... o a nuestros “olvidados”, Solana, Muñoz-Degrain, Nonell, Cossio, Farreras, Clavé,M.Millares, A.Quirós,Viola,Genovès, Cristino de Vera, Hernandez Mompó, J.Vento,…por denunciar algunos “casos” de “desconocidos”, descatalogados en su día, y remitirme a tiempos en que la crítica de arte ya estaba consolidada. De haberlo sido en otros, pretéritos, probablemente ni los mismísimos Pieter Brueghel,El Bosco, o El Greco, se habrían librado. Y desde luego, nuestro Palmeral tampoco: no cumpliría con ninguno de los tres parámetros. Porque en esta serie,” se sale”, se derrocha, erupciona. Su inconformismo, su imaginación, su creatividad, su espíritu libertario le han dado alas para conspirar, para conjurarse, para traspasar los cánones, los límites convencionales, para transgredirlos, para abrir su Caja de Pandora con “licencia para matar”, para escandalizar, y con pleno derecho a la impunidad. Así, sus composiciones resultan en criaturas plásticas “inclasificables”, cuyos productos estéticos, para nuestra fortuna, nos regalan visiones, felizmente “incoherentes” y “descatalogadas”…para recordar.
Como habrán observado; definitivamente, los críticos, no son, no somos un género de
fiar…pero somos. En consecuencia, es obligado advertirles que tomen con
todas las prevenciones y reservas las presuntas conclusiones que hayan podido
extraer de la lectura de este texto, cuyo
tiempo y atención dispensados, Palmeral que
sí es de fiar y yo, les agradecemos. De esta exposición se ha editado un
catálogo de 32 páginas muy bien editado con fotografías, cuadros antológicos y de
la exposición que presenta.
Alicante, 1 septiembre,
2015.