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jueves, 15 de mayo de 2025

Olivares cenicientos de Ramón Moya. Antonio Machado en Baeza. Miguel Hernández y sus aceituneros

 

ESCENARIO ANDALUZ… a Ramón Moya
Por Marijose Muñoz

Quesada, casa y chayda… lugar fértil que lo vio nacer entre un mar verde y plata. Una tierra con pasado, con historia y con sabor a talarines sabrosos que recuerdan su niñez y su hermosa virgencita que se encontró en la montaña para regalo de Dios. Una montaña preñada del alto Guadalquivir, que en la Cañada de las Fuentes, desde sus mismas entrañas vino a este río a parir. Y así, entre Cazorla, Segura y Las Villas, hubo un niño que soñaba pintar olivares nuevos. Los silencios del campo rotos por los cantos del blanco milano, el pardo y rojo ruiseñor y aquella bella oropéndola que llenaba de amarillos la paleta del pintor. Quizá tomaba los ocres del lomo de los conejos, el buitre o el quebrantahuesos… o las manchas en la noche de aquella bella gineta, el petirrojo naranja, o el azul maravilloso del roquero solitario que recuerda en el taller al bueno de Zabaleta, su maestro de la infancia, le animaba en sus pasiones profundas, secretas… y cuando al fin voló solo, nutrido de mil bellezas, cruzaba el arco De los Santos, soñando pincel en mano, con una vara de olivo, como si fuese el cetro de un rey, por la calzada romana y subía a la Atalaya, para hoy poder describir a golpe de esos colores, en su madurez más clara su tierra amada y soñada.

Marijose Muñoz lee el texto dedicado a Ramón Moya ::A.A.

Este diciembre, inevitablemente solitario y lorquiano, renovamos las pasiones entre una incertidumbre que desola el mundo, tú querido Ramón, valiente entre los valientes, donde el desfiladero de tus años es un “paisaje interior” lleno de rutas secretas, de misterios escondidos entre los troncos heridos del “olivo del amor”. Una manera elegante de combatir el olvido con “paisajes de Quesada” en Granada compartidos. Entre peñas y olivares nacen pocas amapolas pues ahora aquellos trigales de antaño no se mecen con el viento.

Hoy podéis contemplar el tronco herido del “olivo de Matusalén” arañazos que estremecen mi alma. Olivares, orografía de mi tierra, con sabor a pan rebosante de oro líquido y azúcar, y así navego por este verde mar que nos trae mi amigo Ramón, de vuelta a la niñez, con la remembranza de un pasado con sabor de abuelo, abuelo que te vas sin despedida, y así esta tarde de diciembre hago un pequeño homenaje, a la bondad del corazón que nos otorga la sapiencia y la belleza que nos tributa la edad.

Otra de las obras expuestas en la Cámara de Comercio de Granada ::A.A.

Y termino esta humilde prosa aquí en la Cámara de Comercio de Granada bañando esta pleamar de olivos con unos versos de nuestro poeta más universal, Federico García Lorca:

“El campo
de olivos
se abre y se cierra
como un abanico.

Sobre el olivar
hay un cielo hundido
y una lluvia oscura
de luceros fríos.

Tiembla junco y penumbra
a la orilla del río.

Se riza el aire gris.

Los olivos,
están cargados
de gritos.

Una bandada
de pájaros cautivos,
que mueven sus larguísimas
colas en lo sombrío”.

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Gran obra tocayo de aceituneros altivo. Felicidades por tu obra.