Frigiliana el refugio de José Guerro, por Pilar Ortega
Nueva York fue el destino que puso a José Guerrero (Granada 1914-Barcelona, 1991) en el mapa del arte contemporáneo, pero durante los últimos años de su vida, desde su regreso a España en 1965, el artista buscó refugio en medio de la naturaleza de su Andalucía natal, concretamente en Frigiliana (Málaga). En esta localidad, a un paso de Nerja, adquirió y remodeló el Cortijo San José y aquí se estableció con su familia.
Asomada al Mediterráneo, se trata de una localidad de unos 3.000 habitantes situada en la comarca de La Axarquía, en pleno Parque Natural Sierras de Tejeda, Almijara y Alhama. Sus calles estrechas y empinadas hablan de su pasado medieval y morisco y desde 2015 pertenece a ese selecto club de los pueblos más bonitos y mejor conservados de España.
Otro vecino ilustre.
Aquí José Guerrero encontró el sosiego que buscaba y, después, su amigo el arquitecto Bernard Rudofsky (Moravia 1905-Nueva York 1988), autor del influyente tratado “Arquitectura sin arquitectos”, siguió sus pasos. También fotógrafo, diseñador de moda, comisario de exposiciones, profesor de universidad y crítico, Rudofsky construyó en Frigiliana “La Casa”, una singular y revolucionaria edificación, para veranear con su mujer, Berta, y para estar junto a su amigo José Guerrero.
Hay un lienzo de José Guerrero, fechado en 1985, que lleva por título “Frigiliana”, seguramente en homenaje a esta bella localidad malagueña. Es uno de sus trabajos más sobresalientes, y también por su tamaño, pues mide nada menos que dos metros de alto por más de cuatro de ancho.
El artista visto por su hijo Tony.
Hace relativamente poco, su hijo Tony confirmaba, durante la exposición que a José Guerrero le dedicó la Calcografía Nacional, que la casa de Frigiliana sigue en poder de la familia y recordó que, desde allí, el artista tenía muy cerca su querida Granada natal. Cuando le preguntamos si no se sentía muy solo en el campo, después de haber vivido el frenesí neoyorquino durante más de 16 años, concretamente desde 1950 a 1966, dice: “A mi padre le fascinaba la naturaleza. Y en Nueva York, también tenía naturaleza, porque su casa estaba rodeada de un pequeño jardín. Le gustaba trabajar en soledad. Era una persona muy solitaria, pero al mismo tiempo disfrutaba mucho con la gente”.
En la exposición de la Calcografía Nacional (Alcalá, 13), se pudieron contemplar, junto a los grabados y monotipos de José Guerrero, poemas de escritores a los que él admiró y de quienes fue amigo personal. Es el caso de Jorge Guillén, Rafael Alberti, Pablo Neruda… Y Federico García Lorca, a quien dedicó varias de sus pinturas, entre las que sobresale “La brecha de Víznar” (1966).
La exposición reunió medio centenar de estampas con las que se podían rastrear las distintas etapas de la trayectoria de José Guerrero. En ellas abundan esas grandes superficies de color apenas tensadas por alguna franja discordante y esas grandes manchas ovales que son sus señas de identidad. Las de un hombre que dialogaba con la poesía y con el compromiso social a través de los pinceles.