Mural de Pollck 1943
Expresionismo Abstracto
Introducción
Jackson Pollock
Mural, 1943
Óleo y caseína sobre lienzo
243,21 x 603,25 cm
The University of Iowa Museum of Art. Donación de Peggy Guggenheim
© The Pollock-Krasner Foundation, VEGAP, Bilbao, 2016
“Cuando estoy inmerso en mi pintura, no soy consciente de lo que hago. Solo después de pasar un periodo de ‘familiarización’ puedo ver lo que he hecho. No me da miedo realizar cambios, destrozar la imagen, etc., porque la pintura tiene vida propia.” Jackson Pollock, 1947–48 [1]
En el verano de 1943, la mecenas y coleccionista de arte Peggy Guggenheim, aconsejada por su asesor y secretario Howard Putzel y por su amigo el artista Marcel Duchamp, encarga a Jackson Pollock (Cody, Wyoming, EE. UU., 1912−East Hampton, Nueva York, EE. UU., 1956), aún poco conocido, un mural para el vestíbulo de su apartamento de Manhattan. Putzel insiste en encargar el proyecto a Pollock, al percibir su gran potencial y es Duchamp quien sugiere que el mural se pinte en un lienzo, en vez de en la pared misma, para que la obra sea portátil. Guggenheim, deseosa de presentar en su casa una obra que simbolizase su apoyo al nuevo arte norteamericano que muestra también en su galería, encarga el mural a Pollock, con la única directriz de que debe cubrir toda la pared del vestíbulo, dejándole elegir su temática.
El encargo se acompaña de un contrato, algo poco habitual en la época, con un sueldo de 150 dólares al mes. El dinero era indispensable para Pollock y su futura esposa, la pintora Lee Krasner, que sobrevivían con dificultad en su pequeño apartamento de Nueva York[2]. Para ubicar el lienzo en su lugar, es necesario demoler varias paredes. Sin embargo, el tiempo pasa y el lienzo permanece intacto. Guggenheim, preocupada por la situación, comienza a presionar al artista, amenazando con dejar de pagar lo acordado si no realiza la obra[3]. Esta presión no ayuda a Pollock, que pasa semanas mirando el lienzo en blanco y quejándose ante sus amigos de estar “bloqueado”. Obsesionado con la obra y al borde de la depresión, finalmente consigue terminarla con retraso.
Existe el mito, alimentado incluso por su esposa, Lee Krasner, de que Pollock pintó todo el mural en una única noche, la víspera de la entrega. En realidad, una restauración reciente revela que pintó varias capas, empleando más de veinte colores, que fueron secando lentamente durante semanas. Es cierto que la parte final del cuadro, en la que se aprecian salpicaduras y se reflejan el gesto y los brochazos del autor, pudieron realizarse en muy poco tiempo. Pero la aparente espontaneidad del mural está, en realidad, muy calculada. La obra está cargada de pasión, energía y dinamismo. Podemos imaginar al artista ejecutándola, utilizando la fuerza de todo su cuerpo para pintar los casi tres metros de alto por seis de ancho del lienzo. El furor pictórico de Pollock, su pincelada agresiva, enérgica, los trazos libres de vivos colores se evidencian en las formas sinuosas que cubren por completo esta enorme superficie de escala impactante.
El mural está a medio camino entre la abstracción y la figuración: deja al espectador cierta libertad para interpretar formas misteriosas, figuras en movimiento. Pollock dijo a un amigo años después de realizar el mural que, para terminarlo, había tenido una visión: “Era una estampida de todos los animales del Oeste Americano, vacas y caballos y antílopes y búfalos. Todo cargaba contra esa maldita superficie”[4]. Este mural supone un antes y un después en la carrera del artista. A partir de esta pieza, deja atrás la figuración para sumergirse de lleno en el Expresionismo abstracto y, un par de años más tarde, en la técnica del dripping o goteo. El artista empieza a utilizar en este mural la técnica de verter directamente la pintura sobre la superficie pictórica, un método que, después, se convertiría en su seña de identidad y se reconoce como uno de los orígenes de la denominada Pintura de Acción. El artista coloca los lienzos en el suelo y salpica y lanza la pintura sobre ellos, aplicando los colores con paletas y cuchillos, pinceles endurecidos, varas o jeringas. Con esta técnica, la pintura fluye literalmente hacia el lienzo. Pollock desafía las convenciones de la pintura; deja a un lado la verticalidad y el pincel, y añade una nueva dimensión a la disciplina, contemplando sus lienzos y aplicando en ellos la pintura desde todas direcciones.
Este mural se mostró en el apartamento de Guggenheim durante varios años. Sin embargo, al finalizar la Segunda Guerra Mundial, la coleccionista decide volver a vivir a Europa, donde no tiene sitio para una pintura de tales dimensiones, por lo que comienza a buscar un nuevo hogar para esta obra. Después de varias negociaciones con Lester Longman, entonces jefe de la Escuela de Arte e Historia del Arte de la Universidad de Iowa, Guggenheim decide donar la obra a cambio de que se encarguen de trasladarla desde Yale (Connecticut), donde estaba expuesta, hasta Iowa, su nueva residencia[5].