Iban Sigüenza y el
hacendado Baldells en una calesa de dos ruedas tirado por una yegua torda, es
decir que la yegua o jaca tenía el pelo mezclado de pelo blanco y negro, camino
del monte Ifach (o Peñón de Ifach en Calpe). Pasaron por la puerta de la casona de la
familia de luto, del capítulo anterior. Bardells, es retratado un señor gordo,
robusto, afeitado y rapado con dentadura recia, vestía con chaqueta grande de
hilo moreno y pantalones de pana color miel. Que nos sabemos cómo ha aparecido
esta amistad de dos amigos tan bien avenidos.
En la conversación Bardells que dice a
Sigüenza que tiene cuatro carros con tres mulas en cada uno, dos caminos, tres
heredades, la almazara y una tienda (que más adelante sabremos que era del
padre); es decir que nos encontramos antes un hacendado, y encima con estudios
universitarios, porque cuando estudiaba Medicina colgó los libros, porque los
beneficios de la tienda de su padre era la mejor de todo el valle o comarca.
Cuando Bardells va a liar un cigarro encomienda las riendas a Sigüenza pero la
yegua se le para sin que lo sienta. Después cuando Bardells vuele a coger las
riendas se siente vigoroso como un héroe de las odas de Píndaro, poeta lírico
de la Grecia clásica Píndaro, nacido en Beocia en 518 a.C., de este poeta se
conoce la Oda I Olimpiada e Píndaro, traducida
que fue por Fray Luis de León.
Cuando Bardells consulta su reloj de plata,
que debe ser de bolsillo los más usados en los años veinte, con tapadera de
protección. Sigüenza observa que el cristal del reloj tiene una raja entra la XI
y V. Lo hubiera sospechado que un señor con tanta hacienda, tuviera un reloj
con el cristal rajado por cristal, una rajada antigua. Tienen tiempo de seguir
hablando subidos en la calesa camino de Ifach, cuando pro boca de Bardells, no
vamos a enterar de que murieron el padre y la hija «D» de la familia de luto.
El padre murió de hipo, así tan cómico: de un hipo, la hija que vivía en Alicante con su tío Don Alejandro, había
muerto tísica, y que éste se suicidó con un tiro de pistola en el cielo de la
boca. El hijo que estudiaba bachiller dejó los libros por el legón y el arado,
ahora ni ea estudiante ni labrador. Porque además la viña que tenían «se
remató», quizás porque la vendieron o porque le entró la filoxera.
No enteramos son asombro que Bardells y la
hija enferma, que los estaba del corazón, fueron amigos desde la infancia y
luego novios durante varios años, y por esto quería estudiar Medicina, parta
curar a la novia, por eso dice «En siendo Médico yo la curaré». Como si en la
región valenciana no hubiera buenos cardiólogos. Bardells no dejaba de
preguntar por el estado de su novia, las respuestas de la madre siempre era la
misma «Está mejor». Estaba desesperado «Una mañana le tomé el pulso con el
reloj delante. Ella adivinó el miedo que me daba su latido [sus latidos] y me
sonreía. Entonces fue cuando crujió, quebrándose la tapa». ¿Pero no era el
cristal?
Es decir que la fuerza invisible del
propio miedo de Bardells le rompió el cristal reloj de bolsillo. Un episodio
este del reloj algo folletinesca, que no se sustenta en la verosimilitud,
elemento determinante en toda obra literaria que se precie.
Más adelante Miró se da cuenta de que es
baladí lo de estudiar Medicina para
atender a la novia enferma, y en lugar de borrar todo lo escrito y empezar de
nuevo, indaga la solución de buscar un médico con nombre y apellido que era don
Jesús Yáñez, quien saltándose todos las recomendaciones hipocráticas, le apunta:
«Tu novia no tiene remedio…» y por lo tanto no se pueden casar porque «Es que
la matarías». Y como no hubo casamiento con una enferma del corazón, algo
ridículo, Bardells se casó después con la hija de Bautista el Pañero, hija única. Esto suponía buena dote.
Como
se hizo la noche decide Baldells pasar la noche en su casa, seguramente en
Albir, desde donde se divisaba el Peñón de Ifach. Y en un alarde de
fanfarronería le dice a Sigüenza que cada escalón de mármol le ha costado nueve
duros, debía ser escalones de mármol de Carrara, no de Novelda que estando más
cerca, son mejores, y no digamos vistosos si son mármoles rojos denominados de
Alicante. Cuando Sigüenza sube los ojos por toda la escalera calcula todos
duros que su amigo se había gastado en los escalones, y en toda la casa, que
como es tradición en Miró al igual que Gustave Flaubert nos describe
minuciosamente toda la casa con sus muebles. Es curioso saber que tenía un
gorrión doméstico suelto en la casa.