lunes, 28 de enero de 2019

Ilustración de la Elegía Tercera de las "Elegías de Duino", de Rainier María Rilke, por Palmeral



Dibujo por R. Palmeral


La tercera elegía
Una cosa es cantar a la amada. Otra, ay, ese oculto,
culpable, río Dios de la sangre. Aquél a quien ella
lejanamente conoce, su muchacho, ¿qué sabe él,
realmente, del Señor del placer, quien con frecuencia,
desde su soledad, antes de que la muchacha lo sosegara,
incluso como si ella no existiera, oh, chorreando
de qué incognoscible, levantaba su cabeza de dios,
convocando a la noche a la revuelta interminable?
Oh, Neptuno de la sangre; oh, su terrible tridente.
Oh, el oscuro viento de su pecho desde la retorcida
caracola. Escucha cómo la noche se ahonda y ahueca.
Ustedes, estrellas, ¿acaso no viene de ustedes, el placer
del amante en el rostro de su amada? ¿No recibió
el amante su íntima visión del puro rostro de la amada,
del astro puro?

NI tú, ay, ni su madre, al muchacho,
le tendieron tan expectante arco de las cejas.
No fue junto ti, muchacha que sientes al muchacho, no
fue junto ti, que sus labios se curvaron
en la expresión más fértil. ¿De veras crees que tu leve
aparición lo sacudió, tú, la que camina como brisa
matinal? Le aterraste el corazón, sí, pero terrores
más antiguos se arrojaron sobre él durante el choque
en que ustedes se unieron. Llámalo... tu llamado
no lo separará del todo del compañero oscuro. Cierto,
él quiere, se escapa; aliviado, se acostumbra
a tu corazón secreto, se toma a sí mismo y empieza.
¿Pero empezó él alguna vez? Madre, tú lo hiciste
pequeño, tu fuiste quien lo empezó; para ti fue nuevo,
tú doblaste sobre los ojos nuevos el mundo amistoso
y rechazaste el extraño. ¿Dónde, ay, quedaron los años
cuando tú apartabas de él, con sólo tu delgada figura,
al bullente caos? Así le escondiste muchas cosas;
el cuarto, sospechoso en las noches, se lo hiciste
inofensivo; con tu corazón lleno de refugio mezclaste
a su espacio nocturno un espacio más humano.
No en la oscuridad, no, sino dentro de tu ser
más cercano, pusiste la lámpara, que brillaba
como surgida de la amistad. En ningún lugar
ni un crujido que no explicaras sonriendo,
como si desde mucho tiempo atrás supieras, cuándo
las duelas se comportan así...Y él te escuchó
y se sosegó. De tanto era capaz, tiernamente,
cuando se alzaba, tu presencia; detrás del armario
se levantó, en abrigo, su destino, y su intranquilo
futuro fue semejante a los pliegues de la cortina,
que se remueven con facilidad.

Y El, el que ha recibido alivio, acostado, bajo
párpados adormecidos disolviendo tu ligera dulce
figura, mientras saborea su antesueño, parecía
protegido... Pero, dentro: ¿quién defendía,
quién dentro de él impedía las altas mareas del origen?
Ay, ninguna medida de precaución había ahí,
en el durmiente; durmiendo, pero soñando, pero
enfebrecido: ¡cómo se aventuraba! El, el nuevo,
el medroso, cómo se atascó entre las proliferantes
lianas del acontecimiento interior, enmarañado hasta
ser algo exótico, una maleza estrangulante, bestiales
formas que se daban caza. Cómo se entregaba. Amaba.
Amaba su interior, su selva interna, este bosque
originario en él, sobre cuyo mudo ser de derrumbes, [7]
de un verde luminoso, su corazón se levantaba. Amaba.
Lo abandonó, siguió adelante por las propias raíces
hacia el poderoso origen, donde su pequeño nacimiento
ya había sobrevivido. Amando, descendió a la sangre
más vieja, a los barrancos donde yace lo terrible,
todavía ahíto de los padres. Y todos los terrores
lo conocieron, le guiñaron, como si estuvieran
de acuerdo. Sí, lo horrible sonrió... Rara vez
has sonreído con tal ternura, madre. Cómo él no iba
a amar lo que le sonreía. Antes que a ti lo amó a él,
pues cuando lo concebías, ya estaba disuelto en el agua,
que aligera el germen.

Mira, nosotros no amamos, como las flores, gestados
durante un solo año; nos sube, cuando amamos,
por los brazos, una savia inmemorial. Oh, muchacha,
esto: que nosotros no amamos dentro en nuestro adentro,
lo único, ni lo venidero, sino a la fermentación
innumerable; no al niño individual, sino a los padres,
que como los escombros de la montaña fundamentan
nuestro suelo; sino como el seco lecho del río
de madres antiguas; sino todo el paisaje silencioso
bajo el destino nublado o claro: esto llegó antes
que tú, muchacha. Y tú misma, ¿qué sabes?; tú
conjuraste lo primigenio en el amante. Qué sentimientos
bulleron, emergiendo de los seres desaparecidos.
Cuántas mujeres te odiaron en él. ¿Qué hombres
tenebrosos excitaste en las venas del muchacho?
Niños muertos trataron de ir hacia ti... Oh, suave,
suavemente, muéstrale una jornada diaria, amorosa
y segura; llévalo al jardín, dale el contrapeso
de las noches,
conténlo...

Ilustración de la Elegía Segunda de "Elegías de Duino" de Rilke, por Palmeral 2019





                                                      Dibujo a plumilla por el ilustrador Palmeral



La segunda elegía
Todo ángel es terrible. Y sin embargo, ay, los invoco
a ustedes, casi mortíferos pájaros del alma, sé quiénes
son ustedes. Los días de Tobías, ¿dónde quedaron?,
cuando uno de los más radiantes apareció en el umbral
sencillo de la casa un poco disfrazado para el viaje,
ya no tremendo (muchacho para el muchacho,
que se asomó, curioso). Si ahora avanzara el arcángel,
el peligroso, desde atrás de las estrellas, un solo paso,
que bajara y se acercara: el propio corazón, batiendo
alto, nos mataría. ¿Quién es usted?
Tempranos afortunados, ustedes, los mimados
de la creación, cadena de cumbres, cordillera roja
del amanecer de todo lo creado -polen de la divinidad
floreciente, coyunturas de la luz, corredores,
escalones, tronos, espacios del ser, escudos
deliciosos, tumultos del sentimiento tormentosamente
arrebatado, y de pronto, individualizados, espejos,
ustedes, los que recogen nuevamente en sus propios
rostros, la propia belleza que han irradiado.

Porque nosotros, siempre que sentimos, nos evaporamos;
ay, nosotros nos exhalamos a nosotros mismos,
nos disipamos; de ascua en ascua soltamos un olor cada
vez más débil. Probablemente alguien nos diga: Sí,
entras en mi sangre; este cuarto, la primavera se llena
de ti..., ¿de qué sirve? Él no puede retenernos,
nos desvanecemos en él y en torno suyo.
Y aquellos que son hermosos, oh, ¿quién los retiene?
Incesantemente la apariencia llega y se va de sus
rostros. Como rocío de la hierba matinal se esfuma
de nosotros lo que es nuestro, como el calor
de un plato caliente. Oh, sonrisa ¿a dónde? Oh,
mirada a lo alto: nueva, cálida, fugitiva
ola del corazón; sin embargo, ay, somos eso. ¿Entonces
el firmamento, en el que nos disolvemos, sabe
a nosotros? ¿De veras los ángeles recapturan solamente
lo suyo, lo que han irradiado, o a veces, como
por descuido, hay algo nuestro en todo ello? ¿Estamos
tan entremezclados en sus facciones, como la vaga
expresión en los rostros de las mujeres preñadas?
Ellos no lo advierten en el torbellino de su regreso
a sí mismos. (¿Cómo habrían de advertirlo?).

Los amantes podrían, si lo comprendieran,
hablar extrañamente en el aire nocturno. Pues parece
que todo nos oculta. Mira, los árboles son; las casas
que habitamos permanecen todavía. Sólo nosotros pasamos
de largo sobre todas las cosas como un cambio
de vientos. Y todo se une para acallarnos, mitad
por vergüenza quizás, y mitad por esperanza indecible.

Amantes, a ustedes, satisfechos el uno en el otro,
les pregunto por nosotros. Ustedes, los que se aferran
a sí mismos. ¿Tienen pruebas? Miren, me ha ocurrido que
mis manos se reconozcan entre sí, o que mi rostro ajado
se refugie en ellas. Eso me da cierta sensación. ¿Pero
quién, sólo por eso, se atrevió a creer que de veras
es? Sin embargo ustedes, los que crecen el uno
en el arrobo del otro, hasta que él suplica, abrumado:
“Basta”; ustedes, los que crecen, bajo sus recíprocas
manos, más exuberantes, como años de grandes uvas;
los que mueren a veces, sólo porque el otro se ha
expandido demasiado; a ustedes les pregunto por nosotros.
Sé que se tocan tan dichosamente porque la caricia
retiene, porque no desaparece el sitio que ustedes,
los tiernos, ocupan; porque, debajo de todo ello, ustedes
sienten la duración pura. Ustedes, de sus abrazos,
por ello, casi se prometen eternidad. Sin embargo, cuando
ya se han sostenido el sobresalto de la primera mirada,
y ya ocurrieron las ansias junto a la ventana
y del primer paseo, juntos, una vez, por el jardín:
Ustedes, amantes, ¿siguen todavía entonces siendo
los mismos? Cuando el uno alza al otro hasta su boca
y se unen —bebida con bebida—: ¡oh, de qué manera
tan extraña el bebedor entonces se escapa de su función!

¿No se asombraron ustedes, en las estelas áticas, [6]
de la prudencia de los gestos humanos? El amor
y la despedida, ¿no fueron puestos demasiado
ligeramente sobre los hombros, como si se tratara
de seres hechos de otra materia que nosotros?
Recuerden las manos, cómo se posan sin presión, aunque
hay vigor en los torsos. Estos dueños de sí mismos
lo sabían: Hasta aquí, nosotros; esto es lo nuestro,
tocarnos así; que los dioses nos aprieten
con mayor fuerza. Pero eso es cosa de los dioses.
Si nosotros encontráramos también una pura, contenida,
estrecha, humana franja de huerto, nuestra, entre
río y roca. Pues nuestro propio corazón nos excede
tanto como a aquéllos. Y ya no podemos mirarlo
a través de imágenes que lo sosieguen, ni a través
de cuerpos divinos, en los que se contenga más.

viernes, 25 de enero de 2019

"Elegias de Duino" de Rainer Maria Rilke, ilustradas por Palmeral, 2019





Elegía Primera



                                                                (Por Palmeral 2019)





LAS ELEGIAS DE DUINO (1922)

(Propiedad de la princesa Marie von
Thurn und Taxis-Hohenlohe)

La primera elegía
¿Quién, si yo gritara, me escucharía entre las órdenes
angélicas? Y aun si de repente algún ángel
me apretara contra su corazón, me suprimiría
su existencia más fuerte. Pues la belleza no es nada
sino el principio de lo terrible, lo que somos apenas capaces
de soportar, lo que sólo admiramos porque serenamente
desdeña destrozarnos. Todo ángel es terrible.
Así que me contengo, y me ahogo el clamor de la garganta
tenebrosa. Ay, ¿quién de veras podría ayudarnos? No
los ángeles, no los hombres, y ya saben los astutos
animales que no nos sentimos muy seguros en casa,
dentro del mundo interpretado. Nos queda quizás
algún árbol en la loma, al cual mirar todos los días;
nos queda la calle de ayer y la demorada lealtad
de una costumbre, a la que le gustamos, y permaneció,
y no se fue. Oh, y la noche, y la noche, cuando el viento
lleno de espacio cósmico nos roe la cara:
¿Para quién no permanecería aquélla, la anhelada,
la tierna desengañadora, ahí, dolorosamente próxima
al corazón solitario? ¿Es más suave con los amantes?
Ay, ellos sólo se ocultan uno a otro su suerte.
¿Todavía no lo sabes? Arroja el espacio que abarquen
tus brazos hacia los espacios que respiramos; quizá
los pájaros sientan el aire ensanchado con un vuelo
más íntimo.

Sí, las primaveras de veras te necesitaban. Varias
estrellas te pedían que las rastrearas. Se alzaba
en el pasado una ola hacia ti, o cuando pasabas
por una ventana abierta, se te entregaba un violín.
Todo esto era una misión, ¿pero fuiste capaz de cumplirla?
¿No estabas siempre distraído por la esperanza, como
si todo ello te anunciara a una amada? (¿Dónde intentas
alojarla, si en ti los grandes pensamientos extraños
entran y salen, y con frecuencia se quedan durante la noche?).
Pero si sientes anhelos, canta pues a las amantes; no es,
en absoluto, suficientemente inmortal su famoso
sentimiento. Aquéllas que casi envidias, las abandonadas,
las encuentras mucho más amantes que las saciadas.
Empieza siempre de nuevo la alabanza siempre inalcanzable.
Piensa: el héroe sigue en pie, aun el ocaso fue para él
sólo un pretexto para ser: su último nacimiento.
Pero a las amantes la exhausta naturaleza las recoge
en su seno, como si no hubiera fuerzas para lograr esto
dos veces. ¿Has pensado lo suficiente en Gaspara Stampa,
y lo que puede sentir cualquier chica a quien el amado
abandonó, frente a tan elevado ejemplo de mujer amante:
¿Llegaré a ser como ella? ¿Estos, los más antiguos
dolores, no deberán, por fin, darnos fruto? ¿No es
tiempo ya de que, al amar, nos liberemos del amado y,
temblorosos, resistamos, como la flecha resiste al arco,
para ser, unidos en el salto, algo más que la sola
flecha? Porque el permanecer está en ninguna parte.

Voces, voces. Corazón mío, escucha, como sólo los santos
escuchaban; la enorme llamada los alzaba del suelo;
pero ellos seguían de rodillas, de modo imposible,
sin darse cuenta: de tal manera escuchaban. No
que pudieras soportar la voz de Dios, lejos de eso, pero
escucha el soplo, las noticia incesante que se forma
del silencio. Murmura hasta ti desde aquellos que han
muerto jóvenes. ¿Acaso su destino no se dirigió siempre
tranquilamente a ti, en Roma y Nápoles, cuando entrabas
en alguna iglesia? O una inscripción sublime se grababa
para ti, como hace poco la lápida de Santa María Formosa?
¿Qué quieren de mí? Debo apartar en silencio
la apariencia de injusticia que a veces estorba un poco
el puro movimiento de sus espíritus.

Realmente es extraño ya no habitar la tierra,
ya no ejercitar las costumbres apenas aprendidas;
a las rosas, y a otras cosas particularmente promisorias,
ya no darles el significado del futuro humano; ya no ser
aquél que uno fue en interminables manos angustiadas
y hasta hacer a un lado el propio nombre, como un juguete
roto. Extraño, ya no seguir deseando los deseos. Extraño,
ver todo lo que tenía sus propias relaciones, aletear
tan suelto en el espacio. Y estar muerto es doloroso,
y lleno de recuperación, de modo que uno rastree
lentamente un poco de eternidad. Pero todos los vivos
cometen el mismo error de diferenciar demasiado
tajantemente. Los ángeles (se dice) con frecuencia no
sabrían si andan entre los vivos o entre los muertos.
La corriente eterna arrastra siempre consigo todas
las edades a través de las dos zonas y atruena sobre ambas.

Finalmente ya no nos necesitan, los que partieron
temprano, uno se desteta dulcemente de lo terrestre, como
uno se emancipa con ternura de los senos de la madre.
Pero nosotros, que necesitamos tan grandes secretos,
nosotros que tan frecuentemente obtenemos del duelo
progresos dichosos, ¿podríamos existir sin ellos?
¿Es inútil el mito de que, en la antigüedad, durante
las lamentaciones fúnebres por Linos,
una atrevida música primitiva se abrió paso en la árida materia
inerte; y entonces, por primera vez, en el espacio
sobresaltado, en el que un muchacho casi divino de pronto
se perdió para siempre, el vacío produjo esa vibración
que ahora nos entusiasma y nos consuela y ayuda?


Continuará.... 




jueves, 24 de enero de 2019

Ramón Palmeral participara con Art & Fusión 5 de febrero

Ramón Palmeral poeta y rapsoda participará en una actuación con el Grupo ART &; FUSIÓN, con sonetos de Miguel Hernández, el marte día 5 de febrero a la 18.30 horas en la Asociación de Artistas Alicantinos de la calle Arquitecto Morell,11. Entrada libre. Os invito, será una tarde donde además habrá danza, canciones y poesía.

sábado, 12 de enero de 2019

La cómoda de Fernando Soria dedicada a Vicente Ramos

Ramón Palmeral ante "La Cómoda" deFernando Soria en el Archivo de Vicente Ramos en Guardamar
Día de la inauguración del cuadro (Pepe Verdú, escultor, Vicente Ramons historiador, Fernando Soria, pintor y autor y Juan Antonio LLor, hoy director del museo Fernando Soria (Archivo J.A. LLor)
Vicente Ramos asistió a la inaguración de una exposición de Fernándo Soria, detrás Palmeral y Tomy Duarte.
El historiador Vicente Ramos y el pintor Fernando Soria, eran grandes amigos, por eso le pintó "La cómoda" que se cuentra en el Centro de Ingestigación Vicente Ramos de la Bibliotca de Guardamar del Segura.

jueves, 13 de diciembre de 2018

4 Mujeres que son coleccionistas y mecenas de Arte.

Cuatro retratos de mujeres que hacen que el arte sea más grande, dibujadas a lápiz por Ramon Palmeral, artista alicantino.

miércoles, 12 de diciembre de 2018

Retrato a lápiz de Elena Ochoa de Foster, coleccionista y mecenas de arte, por Palmeral

Lámina en cartulina de 30 x 21 cm, obra a lápiz por Ramón Palmeral

Elena Ochoa de Foster, coleccionista y mecena de arte contemporáneo.

Psicóloga y mujer de Norman Foster