Con Estrellita Brodsky
La madrina inesperada
Coleccionista y promotora de Torres-García, de la diáspora oriental.
viernes, 02 octubre 2015 EL PAÍS
POR LA forma en
la que habla y se viste podría haber dejado Montevideo hace dos días,
pero Estrellita Brodsky es la mitad de la que posiblemente sea el power
couple más influyente del arte en Nueva York. Su marido, Daniel Brodsky,
es el presidente del Directorio del Metropolitan Museum of Art (Met) de
Nueva York. Estrellita está en el comité de adquisiciones del Museo de Arte
Moderno de Nueva York (MoMA), y del Tate de Londres. Ambos son, además,
grandes coleccionistas, y han financiado las posiciones curatoriales
recientes del Met, en arquitectura y arte latinoamericano, que llevan
sus nombres. Según cuentan en el ambiente, Estrellita fue un estímulo
determinante en la muestra de Torres-García del MoMA (que incluye obra
de su colección privada), y en un castellano perfecto, entre rioplatense
y neutro, conversó sobre el arte uruguayo en la Gran Manzana.
—¿Cómo es la conexión uruguaya?
—Mi mamá nació en una familia
muy instalada en el Uruguay, eran cinco hermanos. Su abuelo había sido
el presidente Juan Idiarte Borda, a quien asesinaron. Mi papá nació en
Europa pero se fue solo a Venezuela. Encontró allí una sociedad mucho
más abierta y quiso mucho a su país adoptivo. Pero cuando se casaron
Uruguay estaba muy desarrollado y mi mamá no quiso ni pensar en mudarse a
Venezuela. Como mi papá no quiso venir a Uruguay, se establecieron en
Nueva York. Allí nacimos las tres hermanas, pero siempre con un pie en
cada mundo, visitando seguido Montevideo y Caracas porque las conexiones
familiares y culturales eran muy fuertes. La gente en EE.UU. no
entendía nada….
—¿Por qué?
—Uruguay era la pequeña Suiza, y
Venezuela en los ´50 y ´60 era el boom total del Modernismo y la
esperanza, algo totalmente distinto de lo que la mayor parte de la gente
asociaba a América Latina. En esa época no había en EE.UU. dónde
estudiar arte latinoamericano, que era lo que a mi me gustó desde
siempre. Hice cursos de literatura latinoamericana y luego mi maestría
en arte europeo. Cuando mis hijos fueron más grandes fui a trabajar al
Museo del Barrio, que en ese momento se estaba ampliando, para hacerlo
más inclusivo del arte de toda latinoamérica. Ayudé a armar una
exposición sobre el arte de los taínos, los precolombinos del Caribe que
nadie tenía idea de su existencia. Me di cuenta de que necesitaban
recursos, me hice parte de su directorio y luego su co-presidenta.
Cuando los chicos fueron más grandes lo dejé para dedicarme a mi pasión,
el estudio del arte latinoamericano, y completé mi doctorado en la
Universidad de Nueva York.
—¿Y por qué el MoMA se decidió finalmente a hacer la muestra de Torres García?
—No puedo hablar por el museo.
Es muy complicada la manera en la que llegan a tomar sus decisiones,
pero sin duda es un reconocimiento merecido. Poco a poco, o mejor dicho
poco a largo, la colección latinoamericana se ha ido ampliando y se fue
tomando cada vez más conciencia del rol de Torres-García, no solo en
Uruguay y latinoamérica, sino en el plano internacional.
—¿Pero no es un escándalo que esto no se haya hecho décadas atrás?
—Quien sabe, hay tantos
maestros... pienso en Mondrian por ejemplo, y no se cuando fue su última
gran exposición. Todo no se puede, y hay que valorar este momento tan
especial.
—¿Esta muestra afectará al arte uruguayo más allá de Torres-García?
—Va a ser un comienzo.
Conociendo a Luis (Pérez-Oramas) se que va a ser un trabajo de enorme
profundidad y que va a abrir el discurso.
—¿Algún artista uruguayo del momento que le interese?
—Me dicen que en la Bienal de
Venecia, donde Marco Maggi estuvo como representante, Uruguay tuvo uno
de los pabellones más interesantes, con un trabajo como se debe.
—¿Qué le parece el catálogo online de la obra de Joaquín Torres-García? (Montevideo 1874-1949)
—Es fundamental. Cuando yo hice
mi doctorado lo más difícil resultaba encontrar información sobre las
distintas obras, y esto está ahora disponible online. Con un nivel de
investigación increíble. A los historiadores del arte les gusta poner
todo en categorías muy claras, y esto va a demostrar lo difícil que es,
como bien dijeron en su presentación. Porque Torres-García fue un
artista sumamente prolífico, y así las obras estarán bien documentadas,
se podrá saber de dónde vienen.
ENTENDER EL ARTE A FONDO
El encuentro con Estrellita es
en un suntuoso hotel sobre Hyde Park. Entre las turistas rusas, árabes y
europeas que ocupan con todos los brillos imaginables el bar, ella se
destaca por un simple pantalón beige con camisa blanca y la preocupación
eterna en Londres de no haber traído el impermeable. Es tremendamente
simpática y cuenta que conoce desde hace mucho al pintor argentino Julio Le Parc, ya que sobre su obra se basó su doctorado, pero aclara que
entonces “yo era muy joven y ahora yo soy muy grande pero él sigue
igual”. Pero aunque estuvo por un par de días con el artista argentino
en París para organizar una muestra de su obra en Miami, en Londres está
apenas por una noche y no hay tiempo que perder: tiene una reunión
cumbre del poderosísimo comité de compras del Tate, institución para la
cual también financió el puesto de curador de arte latinoamericano, y le
gusta estar muy alerta. “Los coleccionistas latinoamericanos sí conocen
mucho a los artistas de sus países que a veces no son tan evidentes
para los curadores no especializados de los museos grandes, y para mi es
una gran experiencia de aprendizaje”, subraya.
—Usted es una mezcla rara de
coleccionista, mecenas, curadora y académica. Con tantos sombreros,
¿cómo elige una obra para comprar para sí, o para un museo?
—En todos mis diferentes
sombreros, en esta cosa casi esquizofrénica que tengo, siempre pienso
que es importante entender el arte a fondo. Obviamente me tiene que
gustar primero la obra, me tiene que decir algo, y en eso juega la
intuición. De hecho, muchas veces discutí con otros curadores porque no
les convencía cuando yo insistía con la compra de alguien poco conocido,
y cinco años después se había convertido en un artista muy importante.
Pero hay que comprar pensando en que uno se va a quedar un largo tiempo
con esa obra, y no en si se va a valorizar o no. Al principio yo no
compraba artistas vivos porque uno nunca sabe a dónde van. Pero siempre
estudié bien de dónde vienen y cómo surge su obra, es la parte de
investigación que hay que sumar a la intuición.
—¿Sus hijos heredaron la pasión?
—Mi marido, como presidente del
directorio del Met, tiene un trabajo enorme. Tengo dos hijos varones que
trabajan en desarrollos inmobiliarios con él, y una hija abogada que
trabaja con el tema de derechos humanos en las cárceles, pero a todos
les encanta el arte. A los 12 años, para Navidad o los cumpleaños, les
dejábamos que eligieran alguna obrita como regalo. Hoy me las están
pidiendo en préstamo los grandes museos, así que ¡parece que compramos
muy bien!
—¿Qué obra se le escapó?
—Lo que más he querido tener, lo
que me fascina, es un gran Goya, un Velázquez, un Zurbarán. Obras de
espíritu tan moderno, tan intensas. De cualquier manera están bien para
un museo, pero no sé si sería fácil vivir con ellas. Sí se me escaparon
cosas más pequeñas. Un retrato precioso de Picasso de Marie Therese
Walter, muy voluptuosa; un Torres-García en madera blanca…
—¿Nuevos proyectos?
—Ahora abrí un espacio sin fines
de lucro en Chelsea para presentar en la ciudad otra visión del arte
Latinoamericano. Muchas veces pasa que una exposición viaja a Los
Ángeles, por ejemplo, y es una lástima que vuelva sin mostrarse por
Nueva York. Este año arrancamos con Paulo Bruski, un artista brasileño
conceptual que hace unos libros maravillosos. En Los Angeles tuve una
muy buena curaduría, invitamos al equipo y al artista, que dio una
excelente charla a los alumnos de posgrado del Instituto de Bellas Artes
de la Universidad de Nueva York. Lo que estoy armando es un pequeño
vehículo para difundir ideas, y me gustaría hacer algo con artistas
uruguayos también.
—¿Y cuándo vuelven por Uruguay?
—Mi bisabuela tenía una casa en
La Barra antes del puente, fue muy pionera, y yo tenía un recuerdo
maravilloso de niña. Luego fui de joven con mi hermana y no teníamos
donde quedarnos; terminamos en un cuarto de hotel en un sótano sin
ventana. Cuando salimos a la superficie listas para ir a la playa, hacía
un frío monumental, todo el mundo estaba con abrigos y paraguas…. Fue
bastante distinto a lo que recordaba. Por suerte más adelante volví a
Punta del Este con mis hijos y la pasamos muy bien, así que repetiremos.
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